Un fino piano en una habitación oscura.
Era todo lo que había en el lugar, además de las dos personas que ahí hablaban.
Ninguna ventana, ningún cuadro que adornara las oscuras paredes. Deseaba que el
lugar no fuese tan oscuro, pero así era desde que tenía memoria.
— ¿Cuál
es tu nombre?
La joven sentada junto al piano mordió su
labio. Suspiró y miró al hombre por unos segundos, pero alejó la vista en
seguida.
— Jejuko.
Había sido una decisión bastante extraña,
pero más que nada molesta. Nadie le había preguntado, a nadie le había
importado su opinión, pero de todos modos eso siempre pasaba.
— ¿Quién eres?
Buscó algo en qué concentrarse, para no
mirar el rostro arrugado del hombre que le hablaba. Odiaba ese rostro. Odiaba a
ese hombre. Fijó su mirada en una muñequita de porcelana, cuya fría mejilla tenía
dibujada una grieta.
— La
hija menor de la familia Jung.
Hasta hacía no más de 2 horas, la hermosa
joven de cabello largo y negro que estaba ahí sentada era ni más ni menos que
un chico. Jaejoong, el hijo mayor de la adinerada y totalmente envidiada
familia Jung. Él jamás consideró que ese fuese su apellido. Prefería hacerse
llamar Kim Jaejoong, usando el apellido de su difunta madre.
— ¿Conoces a Jaejoong?
Cuando su madre murió, hacía sólo tres
meses, su padre se casó de inmediato, importándole muy poco la reciente
pérdida. Él único afectado era el mismo Jaejoong. Más tarde se enteró de que la
mujer que era ahora la esposa de su padre era la amante que había mantenido en
secreto durante años. Y no sólo eso, también le dieron la sorpresa que tenía un
medio hermano, menor que él, llamado Yunho.
— No,
señor. Jamás he oído hablar de esa persona.
Odiaba todo lo que había pasado, y quizás
lo que estaba por pasar. Había ciertas personas las cuales odiaban a la familia
Jung. ¿La razón, además de que su padre fuera un desgraciado? Eran dueños de
numerosas tierras, y poseían más dinero que cualquier otra familia.
La razón principal era la envidia.
Y Jaejoong, al ser el hijo único de la
adinerada familia y estar por cumplir los 18 años, recibiría toda esa fortuna.
Como su padre tenía demasiado poder, no tenían las agallas para acabar con él,
pero claro... Estaba el hijo no querido. Todos sabían que el hombre odiaba a su
único hijo. Que lo golpeaba y lo insultaba, aprovechándose de la ausencia
eterna de su madre. Su querida madre. Luego de oír del pueblo varios rumores de
los deseos de acabar con el hijo del Señor Jung, el hombre decidió enviarlo
lejos para "mantenerlo a salvo".
Que mentiras. Sólo aprovechó la
oportunidad de librarse de él.
Claro que cualquiera reconocería al hijo
de la adinerada familia. Tenía fama por ser el joven más hermoso del pueblo.
Piel blanca como la nieve y labios gruesos y rosados. Sus ojos eran grandes y
expresivos, y su cabello negro caía en finos mechones sobre sus mejillas pálidas.
Era la viva imagen de su madre. Es por eso que decidieron cambiar la identidad
de dichoso personaje.
Y desde ese instante, Jaejoong dejó de
ser quien era, para convertirse en Jejuko.
Su cabello negro era ahora tres veces más
largo. Un hermoso vestido cubría su cuerpo. Sus labios eran más rojos ahora.
Apretó sus puños y mordió su labio con fuerza.
Miró por última vez la mansión que fue su
hogar durante sus 17 años de edad. Tantos recuerdos, tantas memorias que debía
dejar partir.
— Suba
al carruaje... Señorita. — dijo el
anciano hombre de traje negro, abriendo la puerta. — El Sr. Yunho ya está adentro.
— Gracias, Patrick. — le sonrió suavemente. El anciano le devolvió
el gesto.
— Lo
voy a extrañar, Joven Jae. — susurró, acariciándole la
mejilla. — Pero
al menos estará a salvo.
— Gracias por todo. Vendré a verte cuando me sea
posible. — le dio un abrazo y entró
al carruaje. La puerta se cerró y los caballos blancos comenzaron a andar.
De verdad extrañaría a ese hombre. Aunque
fuese sólo el mayordomo para la familia, para él era mucho más que eso. Desde
pequeño había estado siempre con él, y fue el único que le dio ánimos y cariño
luego de la pérdida de su madre.
Ahora no le quedaba nada. Sólo una
apariencia que no era la suya, un medio hermano que lo miraba con odio y un
padre que lo odiaba.
— ¿Qué
se siente ser un travesti? — dijo
de pronto el joven de piel morena y cabello negro, riendo. Jaejoong ni siquiera
lo miró.
— ¿Qué
se siente ser hijo de un engaño? — dijo fríamente.
— No te
pases de listo. Yo soy el hijo querido de mi padre, tú eres sólo un estorbo.
Era cruel. Su "hermano" Yunho era como su padre. Frío, sarcástico y cruel. Pero si quería sobrevivir tendría que soportarlo. Lo haría por su madre, por la única persona que lo amó de verdad.
Pasada más o menos una hora el carruaje
se detuvo. Durante todo el camino sólo había mirado sus pies. Se sentía extraño
mirarlos. Ya no tenía los zapatos que normalmente usaba, ahora los remplazaban
un par de zapatos de charol negros. Miró sus manos, las cuales estaban
aferradas al vestido. Se veían tan blancas en contraste con el vestido negro
con tonos violeta.
La puerta se abrió y se bajó del
carruaje. Miró hacia el frente, sin ganas. Una mansión enorme y muy antigua era
todo lo que se veía. El jardín era bastante tétrico, y el cielo gris no ayudaba
mucho a la triste imagen.
— Bienvenidos Sr. Yunho, Srta. Jejuko.
Jaejoong se mordió el labio, y sólo
respondió con una reverencia.
Una vez dentro de esa mansión, no pudo
salir en mucho tiempo. La tía con la que habían ido a vivir era familiar de su
padre, y por ende, odiaba a Jaejoong. No tenía el permiso de salir, pero aún
así se escapaba de vez en cuando y daba vueltas por el gran jardín.
Se sentó en un viejo columpio de madera
colgado de un árbol, cuando sintió una mano posarse sobre su hombro. Saltó del
susto y casi se cayó de él.
— Perdón por asustarla. — se disculpó alguien, sujetándolo. Jaejoong se
dio vuelta para mirar a quien le hablaba, encontrándose con un chico de cara
muy alegre. — Soy
Junsu.
— Soy... — aclaró su garganta, debía hablar como chica. — Jejuko...
— ¡Oh!
Eres la hija del Sr. Jung. De verdad lo siento, soy un maleducado. — iba a arrodillarse pero Jaejoong lo detuvo.
— No es
necesario que hagas eso.
— Pero...
— No lo
hagas. — le sonrió y
Junsu le devolvió el gesto.
Al ver esa alegre y despreocupada
sonrisa, Jaejoong pudo comprobar que él era distinto al resto de las personas
de la mansión. Y no tardó mucho para que un fuerte lazo de amistad comenzara a
forjarse entre ellos.
Cierto era sí, que debían mantener su
amistad en total secreto. Una de las razones, y quizás la más importante, era
que su tía le tenía prohibido salir. "Una señorita no debe andar como
mujerzuela fuera de la casa" solía decirle, haciendo esa
cara que tanta gracia le causaba a Jae y a Junsu. La otra razón era que, como
Jaejoong era de clase alta, no podía mantener relaciones amistosas ni mucho
menos amorosas con alguien como Junsu, un jardinero de clase baja. Era algo
totalmente aberrante y muy mal visto por las familias adineradas, pero allá la
sociedad y sus reglas absurdas, Jaejoong era amigo de Junsu y nada lo podría
impedir. Aunque tuviera que mentirle con su verdadero género, era el único que
lo entendía a la perfección.
Los padres de Junsu lo habían abandonado
a su suerte a la corta edad de ocho años, al no tener dinero para mantenerlo.
Vagó solo por las calles hasta los diez años, alimentándose de rastrojos de
comida y trozos de pan que debía robar. La tía de Jaejoong lo había encontrado
un día llorando en un callejón húmedo. Lloraba desconsolado porque un grupo de
chicos lo golpeó para quitarle la comida que con tanto esfuerzo había
conseguido, y de paso aprovecharon de destruir lo único que le daba fuerzas
para seguir luchando: una pequeña rosa roja en una maseta. La cuidaba como a su
vida, desde un día que la encontró naciendo entre las rocas de una muralla. No
podía explicarse como había salido ahí, pero decidió quedársela y cuidarla. Si
ella podía sobrevivir en un lugar así, él también podía.
La tía de Jaejoong, al verlo tan
desconsolado y sucio en ese callejón oscuro, tuvo compasión de él y lo llevó a
su hogar. Al cumplir los 14 años lo hizo su jardinero, notando el amor que
tenía por las plantas, y le dio todo lo necesario para sobrevivir: Alimento,
ropa limpia y un techo para resguardarlo del frío de las calles del pueblo frío
y egoísta en el que le tocó vivir.
Ahora, Junsu vivía feliz y tranquilo en
la mansión de la tía de Jae.
Pasados casi tres meses de la estancia de
Jae en la dichosa mansión, comenzó a notar ciertas actitudes bastante extrañas
en su hermano Yunho. Este lo miraba de vez a cabeza durante largos ratos,
intimidándolo de sobremanera. Durante las comidas le lanzaba miradas que
Jaejoong simplemente no podía considerar con buenas intenciones.
Caída la noche y llegada la hora de
dormir, cada cual se fue a su respectiva habitación. Al llegar Jae a la suya,
sintió la puerta abrirse y cerrarse a sus espaldas. Al girarse se encontró con
Yunho.
— Debes
tocar antes de entrar. – se giró dándole la
espalda. Llevó sus manos a su cabeza y quitó la molesta peluca que debía usar,
dejando al descubierto su blanco cuello en contraste con las prendas oscuras
que llevaba.
Unas frías manos rozaron la tersa piel de
su nuca, haciéndole estremecer. Se giró en seguida para mirarlo.
— ¿Q…Qué
quieres? Sale de mi habitación, quiero cambiarme.
— Jae,
Jae, Jae. – dijo sonriendo de lado. — ¿Te crees muy superior por ser el hermano
mayor? No te engañes, que son sólo días de diferencia. – lo hizo
retroceder, hasta que sus pies chocaron con la cama. Las grandes y varoniles
manos de Yunho rodearon el rostro del más bajo, haciéndole estremecer de pies a
cabeza. – Habrás notado quizás… que
últimamente me ha sido bastante difícil quitarte la vista de encima.
Jaejoong frunció el ceño, desconfiando
totalmente de las intenciones de su hermanastro. Iba a alejarlo de su cuerpo,
cuando Yunho se le acercó más y comenzó a lamer su cuello con parsimonia.
Jaejoong gritó y lo empujó.
— ¿Qué
crees que haces? ¡Aléjate! – se limpió
el cuello totalmente sonrojado. Yunho lo atrajo hacia él y de un movimiento
comenzó a besarlo con gula. Jaejoong intentó separarse pero la fuerza del más
alto era mucho mayor.
Sin darse cuenta las manos de Yunho
comenzaron a desatar los nudos de su corsé, por su espalda. Luego de un
instante terminó por quitarle el vestido. Jaejoong intentaba resistirse. Quería
golpearlo, lanzarlo lejos y escapar. Correr lejos y esconderse.
— ¡Ahhh! ¡Déjame! — gritó moviéndose bajo su cuerpo, como teniendo
convulsiones.
— Si te
quedas tranquilo me lo harás más fácil... — dijo besando su cuello, lamiéndolo y
succionando su piel virgen.
— Eres
mi hermano... ¡Eres un enfermo! — intentó
empujarlo. Yunho se quitó el cinturón y la delgada camisa. En seguida se quitó
los pantalones y en un pestañeo ya estaban ambos totalmente desnudos. — ¡Déjame! ¡Déjame!
— Es en serio. Ahh... — susurró frotando sus caderas contra las del
mayor, sintiendo sus miembros rozarse. — Si lo
haces tan difícil sufrirás más. — tomó ambos miembros con una mano y comenzó
a masturbarlos a la par, con fuerza y rapidez. Jaejoong se movía cada vez con
más violencia, intentando soltarse.
— ¡Por
favor, déjame! — se quejó haciendo caso
omiso a las sugerencias de su hermano. Este suspiró y abrió con fuerza sus
piernas, ubicándose entre ellas.
— Te lo
dije... — sin decir más ubicó su
miembro frente a la entrada de su hermanastro y lo penetró de una estocada. Los
ojos del pálido se abrieron de par en par y antes de que pudiera gritar las
manos de Yunho le taparon la boca.
Jaejoong parecía convulsionar bajo el
cuerpo de Yunho, pataleando, moviendo su cabeza y arañando al moreno. De sus
ojos negros brotaban lágrimas sin parar
Yunho movió sus caderas con dificultad.
Jaejoong soltó un gemido de dolor y más lágrimas. La velocidad de sus
embestidas fue incrementando de a poco. Finalmente moverse fue más fácil, sus
estocadas se hicieron más y más fuerte.
— P…por
favor... Te lo ruego... — susurró, sin dejar de
llorar. —... Para... D…Duele...
— Shhh... — lo besó con fuerza. — Ahh Dios...
Las embestidas siguieron, ignorando
completamente los ruegos de Jaejoong. Pasado ya un rato Jaejoong se había
quedado completamente quieto, su cabeza ladeada hacia la izquierda. Sus ojos,
los cuales se encontraban entreabiertos, derramaban lágrimas sin parar. Casi no
pestañeaba, casi no respiraba… Era como un muñeco de trapo bajo el cuerpo
excitado de su hermanastro.
Yunho, al notar que Jaejoong ya no
gritaba, salió lo más que pudo de su interior y entró con rapidez nuevamente.
Jaejoong gritó con todas sus fuerzas, se aferró a la espalda de Yunho y clavó
sus uñas en esta, rasgando toda la piel a su paso.
Los gemidos de Yunho se hicieron más
sonoros. Por alguna extraña razón que no podía explicar, el sentir a su hermano
gritando y llorando de esa manera, rogándole que se detuviera, le hacía sentir
un placer increíble.
Su mano se mantenía cubriendo la boca de
Jaejoong, impidiéndole la salida a sus gritos desgarradores. Por un instante
sus miradas se cruzaron. Yunho no pudo descifrar el sentimiento que había en su
mirada.
¿Odio? ¿Sufrimiento? Quizás eran esas dos
y más, no lo sabía. Sólo sabía que ya era demasiado tarde y que no podía
detenerse… y es que era tan hermoso ver a su hermano sufrir a cambio del placer
que sentía. Ver sus mejillas sonrojadas al igual que sus ojos los cuales no
dejaban de derramar lágrimas, su boca siendo cubierta por su mano… era tan
hermoso.
Jaejoong comenzó a sentir nauseas
horribles. El dolor que viajaba por todo su cuerpo era horrible, jamás había
sentido algo así antes. Miró a los ojos a Yunho, viendo esa lujuria y el placer
reflejados en ellos.
Sus gritos fueron haciéndose más y más
bajos, hasta que soltó un último gemido y quedó inconsciente, vulnerable a lo
que su hermanastro quisiera hacerle…
Para empezar, que maldito es su padre al hacerle eso a Jae y Yunho es igual que su padre. Yunho es un desgraciado, haber violado a su hermano y sentir placer al lastimarlo y hacerlo sufrir, aishhh, que coraje. Que Jae encuentre consuelo y no se deje caer.
ResponderEliminarGracias!!!
Yucky, que asco. YH es un depravado y es su hermano, eso es aun mas enfermizo.
ResponderEliminar