La cama en la que ambos yacían, desnudos, era alta y
estaba cubierta de un sensual tejido de seda. Pero ese roce en su piel no se
acercaba ni por asomo a la sensualidad erótica del tacto de él, ni el susurro
de la tela al besarlo podía compararse con la fiera pasión de un beso suyo.
Su rostro estaba entre sombras, pero
conocía sus rasgos de memoria, desde la abrasadora intensidad de sus ojos
oscuros, pasando por la arrogancia de su perfil, hasta llegar a la sensualidad
explícita de su boca. Sintió como el placer se enroscaba en su interior para
luego estirarse como un muelle. Sólo mirarlo despertaba y excitaba su intimidad
de una forma y a un nivel que nunca había conseguido alcanzar ningún otro hombre.
Igual que él era el único joven capaz de complementarlo enteramente como
hombre. Estaban hechos el uno para el otro, la unión perfecta, y ambos lo
sabían. Sólo allí, con él, podía ser él mismo, bajar la guardia y compartir su
anhelo y su amor.
Él conseguía que lo deseara de mil, de
cien mil, maneras distintas; su sonrisa no dejaba lugar a dudas de que sabía
que todo su cuerpo se estremecía de deleite con cada lenta y deliberada caricia
de sus dedos en la curva de su gluteo.
Él tragó aire y cerró los ojos. La mano
de él descendió sobre su vientre, y luego más
abajo…
Con remordimientos, Changmin se obligó a
dejar de soñar despierto y se dijo que, si no empezaba a prepararse y dejaba de
perder el tiempo, llegaría tarde.
Era un tonto. Desde luego, sus hermanos
no dudarían en pensarlo. Podía imaginar las risotadas de desdén con las que
recibirían su fantasía, y el secreto de su profunda naturaleza sensual.
Ése era el problema de ser un docel
entre dos hermanos. Los tres habían nacido muy seguidos; Shingdon sólo era
dieciocho meses mayor que él y Chansung un año más joven. Haber perdido a su
madre tan pronto, por culpa de un conductor que circulaba a velocidad excesiva,
cuando ella iba a recogerlos al colegio, los había afectado a todos, incluyendo
a su padre, un ex deportista profesional que se había retirado para dirigir un
empresa de ropa deportiva. Su padre había creído que una buena manera de
preparar a sus hijos para el mundo adulto era promover la competencia entre
ellos. Además, era un hombre bastante estricto. Tras la muerte de su madre, Changmin
se había sentido obligado a esforzarse aún más para ser «uno de
los chicos» por
el bien de su padre, prohibiéndose lloriquear como un nena.
Su padre los había querido mucho a
todos, pero era un hombre tradicional y no había sabido demostrar su amor a un
hijo docel sin madre. Changmin no lo culpaba por ello. De hecho, era un fiero
defensor de su padre y de sus hermanos e incluso, ya adultos, formaban una
familia muy unida. Pero, aun así, habían dado la bienvenida a su madrastra,
cuando su padre se había casado hacía tres años. Ver a su padre hacerse más flexible y asumir sus sentimientos bajo la gentil
tutela de su segunda
esposa había hecho que Changmin fuera más consciente de cuánto había perdido
con la muerte de su madre.
A veces sólo se mantenía en pie gracias
al orgullo, mientras se debatía entre su creciente necesidad de ser el joven que
sabía que podría haber sido y la cruda realidad del chicazo competitivo que su
padre le había enseñado a ser. De vez en cuando se sentía tan impotente y
perdido, que temía no encontrarse a sí mismo nunca. Cuando era fiel a sí mismo
y uno de sus hermanos se reía de él, se sentía aplastado y volvía a ser el chico
hostil y combativo que había sido en su infancia.
Y otras veces, como en ese momento, se
refugiaba en sus sueños privados.
El que necesitara fantasear sobre estar
con un hombre que lo amara y deseara y con quien pudiera practicar el sexo, en
vez de saberlo de primera mano, se debía hasta cierto punto a cómo había crecido.
Oír a sus hermanos comentar sus experiencias sexuales le había hecho temer ser
juzgado y condenado, igual que ellos parecía juzgar a otros chicos.
No se consideraba hipersensible o tímido,
pero la forma en que sus hermanos adolescentes habían hablado de los chicos,
dándoles puntos por disponibilidad, aspecto y destreza sexual, le había llevado
a pensar que nunca quería tener que preguntarse si algún chico le estaría
hablando de él a sus amigos de esa manera. Por eso había luchado contra su
naturaleza apasionada, ocultándola tras su jocosa actitud de ser «uno
de los chicos».
Mientras otros doceles adquirían
confianza en su sexualidad a medida que se hacían jóvenes, él había aprendido a
temer a la suya.
Ya no era así, claro. Sus hermanos
habían crecido y, con veintisiete y veinticuatro años, habían superado la fase
adolescente de comentar su vida sexual y sus novias con los amigos.
Él también había madurado y, a los
veinticinco, se sentía incómodo por su virginidad y agradecía que nadie, en
especial sus hermanos, estuviera al tanto. Tampoco se permitía pensar en su
carencia de experiencia sexual a menudo, excepto de un forma guasona y auto
protectora. Tenía preocupaciones más importantes como, por ejemplo, encontrar
un trabajo. O, más bien conseguir el
trabajo. Entró en la ducha.
De niños, los tres habían sido delgados
y altos. Shingdon y Chansung habían ensanchado. Changmin, aunque no era
delgaducho, seguía siendo muy esbelto para su metro setenta y cinco de altura.
Aún tenía la piel dorada por unas vacaciones en las islas Canarias, su pecho
era redondo con pezones oscuros y demasiado lleno para librarlo de utilizar
sujetador como una chica. En sus días de «chicazo» había anhelado poder hacerlo, odiando
las restricciones que imponía la ropa de docel, mientras competía con su
hermano mayor y se aseguraba de que el pequeño no se pasara con él.
Pensó, irónico, que ésa era la cruz de
los hijos del medio, y que no mejoraba con el tiempo.
Salió de la ducha tan rápidamente como
había entrado y cruzó el dormitorio con sus largas y esbeltas piernas,
secándose con la toalla y con el pelo oscuro hecho un revoltijo de rizos húmedos.
Su uniforme de piloto estaba sobre la
cama; al verlo le dio un vuelco el corazón. Chansung se había quejado de la
pérdida de su uniforme de repuesto en navidades y había estado seguro de que
alguien de la familia sospecharía de él, sobre todo porque Chansung le había
prometido dejarle ocupar su puesto. Por suerte, nadie había dicho nada.
La pobre Mavis, que trabajaba en la
tintorería que estaba a dos calles del diminuto piso que Changmin tenía
alquilado en Seúl, había dicho que sería imposible ajustar la chaqueta para que
le valiera, por no hablar del gorro. Pero Changmin le había asegurado que
confiaba en ella y, al final, su fe había sido recompensada.
Changmin sabía que muchos de sus amigos
lo consideraban afortunado por ser autónomo y dar clases privadas de mandarín.
Pero Changmin no había cultivado su don de lenguas, hablaba ruso, mandarín,
francés, italiano, inglés y japonés, además de coreano, para convertirse en
profesor.
La vida a veces no era justa y lo era
aún menos en el caso de un docel con dos hermanos. Había sido el primero en
decir que lo que más deseaba en el mundo era ser piloto de un aerolínea, pero
era su hermano menor quien había conseguido el trabajo de sus sueños, pilotando
el jet privado de un millonario, propietario de un aerolínea con sede en
Florencia; él, en cambio, enseñaba mandarín. Como había dicho su hermano mayor
más de un vez, la culpa era suya por insistir en cualificarse como piloto
cuando en ese ámbito sería más difícil para un joven docel encontrar empleo.
Había jóvenes doceles piloto, sin duda,
muchos; pero Changmin no quería un aburrido trabajo que implicara vuelos cortos
desde uno de los aeropuertos regionales de Corea. Él aspiraba a mucho más.
Como hijo mediano y entre dos chicos, Changmin
se sentía como si llevara toda la vida luchando para hacerse oír y ver. Y por
fin ese día iba a conseguirlo, cuando ocupara el lugar de su hermano en los controles
del jet privado del propietario de Aerolíneas Avanti.
Chansung había intentado desdecirse de
su promesa, pero él le había recordado que le debía un regalo de cumpleaños y
un gran favor por haberle presentado a Angélica, su bellísima novia polaca.
— Sé
razonable —
había protestado él — No puedo dejar que me sustituyas.
Pero Changmin no tenía ninguna intención
de ser razonable. Eso encajaba con el tipo de chicos sexualmente seguros, con los
que flirteaban los hombres. No con alguien como él, que había levantado
barreras a su alrededor, se comportaba como un chicazo y aceptaba cualquier
reto. Llevaba haciéndolo tanto tiempo, que no sabía si podría cambiar de rumbo
y convertirse en el joven que podría haber sido. Le resultaba mucho más fácil
seguir siendo indómito y estar siempre dispuesto a retar a cualquiera de sus
hermanos, o a cualquier otro hombre, y ganar, que admitir que a veces deseaba
con anhelo ser otra clase de chico.
>>> ♥ <<<
Hayami había salido con el ceño fruncido
de su reunión en Seúl, aunque había ido bien, y seguía igual veinte minutos
después, cuando la limusina lo dejó ante el Lotte Hotel Seoul.
Era alto y se movía con un seguridad
que, si bien los hombres achacaban a la arrogancia, los jóvenes y mujeres
percibían como la confianza de un hombre que sabía dar y recibir placer
sensual. Los rasgos de su bronceado rostro siciliano, curtidos y fieros,
podrían haber sido los de un emperador romano guerrero. Eran índice del orgullo
de sentirse distinto o, quizá, superior al resto de los hombres. Llevaba el
pelo oscuro y rizado muy corto, y sus ojos, bajo cejas espesas, y enmarcados
por largas pestañas, eran de un extraordinario color gris oscuro. Se movía con
la agilidad y gracia de un depredador. Los hombres lo trataban con cautela y
respeto. Las jóvenes y doceles, intrigados por él, lo deseaban.
El portero lo reconoció y lo saludó por
su nombre, y la bonita recepcionista lo miró con disimulo mientras cruzaba el
vestíbulo, camino del ascensor.
En el bolsillo de la chaqueta llevaba la
causa de su irritación: una invitación formal y una nota, más orden que
petición, de su hermano mayor, recordándole que esperaban su presencia en las
celebraciones del fin de semana conmemorativo del noveno centenario de la
concesión de los títulos nobiliarios a la familia. Empezarían al día siguiente
por la tarde, en la residencia principal de la familia, en Sicilia. Excusarse
no era una opción.
Por supuesto, cuando Yunho, el mayor de
los tres, afirmaba algo así, el deber de sus hermanos menores era apoyarlo,
igual que él los había apoyado durante sus años de infancia compartida, tan
llenos de sufrimiento.
Sin embargo, en esa ocasión, Yoochun, el
hermano menor, se había librado de los deberes familiares porque estaba de luna
de miel. Hayami había creído que él también se libraría porque estaba en plena
negociación de la compra de otra aerolínea. Pero que Yunho hubiera tenido la
ironía de enviarle la invitación formal, junto con la nota, dejaba muy claro
que lo esperaba.
Yoohwan, su hermanastro menor, a quien
su padre había querido con más sentimiento e intensidad que a los tres mayores
juntos, tampoco estaría allí. Había fallecido en un accidente de coche y eso, a
su vez, había causado a su padre una afección cardiaca terminal; los médicos le
daban un año de vida a lo sumo.
Sólo sus hermanos entenderían por qué a Hayami
lo afectaba tan poco el inevitable fallecimiento de su padre, dado que habían
compartido la misma infancia. Su padre había querido a Yoohwan, no a ellos.
Nadie les había ofrecido amor. Ni su madre, que había muerto poco después de
dar a luz a Yoochun, ni, especialmente, su padre.
Hayami miró hacia la ventana,
rememorando las oscuras sombras del castillo Jung, y la habitación en la que
había yacido a oscuras después de que su padre se burlara de él por llorar a su
madre muerta.
—
Sólo los tontos y los débiles lloran por
una mujer. Pero eso eres exactamente lo que eres: un inútil segundo hijo que
nunca será el primero. Recuérdalo cuando seas hombre, Hayami. Nunca serás más
que un segundón.
Segundón. Esa palabra lo había torturado
y perseguido. Y también le había dado fuerza.
Sin embargo, no había sido a Yunho, su
primogénito, a quien su padre había querido con locura. Había sido a Yoohwan,
el único hijo de su segunda esposa, una mujer que había sido su amante durante
años y que, con la connivencia de ella, había humillado y avergonzado a su
madre. Yoohwan, astuto y manipulador, había sido muy consciente del poder que
tenía sobre su padre y de cómo utilizarlo para su ventaja; ninguno de sus
hermanastros le había tenido cariño. Pero Hayami era el que más razones tenía
para odiarlo.
Aunque ya se había distanciado del niño
a quien su padre había recordado constantemente que su papel en la vida era el
de segundón, de heredero de repuesto por si a Yunho le ocurría algo, las
cicatrices de haber crecido sintiendo que tenía que justificar su existencia y
demostrar su valía, seguían presentes.
El día de su séptimo cumpleaños, después
de un pelea infantil, en la que Yoohwan, burlón, le había dicho que él era el
preferido de su padre, Hayami había contestado que él era el segundo hijo, y
más importante.
— Eres un segundón, concebido para ocupar el
puesto de tu hermano mayor si hiciera falta — le había dicho su padre con frialdad— Ni eres nada, ni tienes nada. Un segundo
hijo no tiene ninguna valía mientras haya un primogénito. Piensa en eso en el
futuro, antes de intentar colocarte por encima de tu hermano menor. Dios sabe
que desearía con todo mi corazón que él fuera mi único hijo.
Esas palabras lo habían marcado. Su
padre había pretendido humillarlo y avergonzarlo por oponerse a su claro
favoritismo por Yoohwan; había querido que se sintiera inferior. Pero su
crueldad había tenido el efecto opuesto, instando a Hayami a crearse una vida
propia que no dependiera del apellido Jung ni de las influencias de su padre.
En vez de convertirse en parte del viejo
mundo feudal de su padre y de la historia familiar, Hayami se había vuelto
hacia el mundo moderno, en el que un hombre era juzgado por su habilidad en los
negocios y sus logros personales. Había adoptado el apellido materno y ese
seguía siendo el que lucía la flota de aviones que lo había convertido en
millonario, a pesar de que ya se sentía lo bastante seguro de sí mismo como
para responder a ambos apellidos: Jung y Avanti.
Había demostrado, sin dejar lugar a
duda, que no necesitaba ni la ayuda ni el apellido de su padre. De hecho, le
hacía gracia ver la expresión frustrada y confusa de su padre cuando aceptaba
tranquilamente que lo llamaran Jung, en vez de reaccionar con ira y rechazo,
como había hecho en el pasado.
Lo cierto era que su padre nunca lo
había entendido y nunca lo entendería. A Hayami le resultaba fácil aceptar el
apellido porque ya no lo necesitaba como seña de identidad. Era un triunfador,
no un heredero de repuesto y, menos aún, un pobre segundón.
Sin embargo, tal y como Yunho le había
recordado sucintamente, seguía siendo un Jung y, a juicio de Yunho, eso
implicaba que tenía deberes para con la familia.
Hayami sentía respeto por su hermano
mayor, aunque su relación estaba ensombrecida por su infancia, su padre y el
recuerdo de Sofía.
Pero ya había pasado más de un década
desde que había retado a Yunho de todas las formas posibles, entablando un
lucha de poder constante, que había acabado enfrentándolos por la misma joven; un
batalla que ganó Yunho.
Hayami arrugó más el ceño. Ya no era un
joven de veintiséis años que necesitara demostrar su valía. Era un adulto
seguro y con éxito, no necesitaba demostrarle nada a su hermano mayor. Ni a sí
mismo.
Pero era cierto que, en parte, le
disgustaba asistir a las celebraciones de la noche siguiente por dos palabras
de la invitación: «y acompañante».
Su orgullo insistía en que no podía ir
al baile sin pareja; su padre lo consideraría un signo de fracaso. Sin embargo,
si en ese momento hubiera habido un joven en su vida, compartiendo su cama, no
habría querido llevarlo. Porque temía que se repitiera la humillación que había
experimentado con Sofía. Hayami sabía que era una reacción irracional.
También sabía que al dejar que esa
irracionalidad se apoderara de él, estaba creando un ogro dentro de su psique.
Pensó, desdeñoso, que tal vez su padre había tenido razón, quizá fuera un cobarde,
un segundón.
A los veintiséis años se había
enorgullecido de pavonearse con Sofia, un modelo que había conocido en Milán,
ante su hermano mayor; llevado por el empeño de demostrar que no tenía por qué
ser segundón, que podía ganar.
Lo había halagado que Sofia flirteara
con él. Tenía veintiocho años, dos más que él, y, aunque Hayami no se había
dado cuenta entonces, su carrera como modelo estaba iniciando el declive y
buscaba un marido rico. Cualquier marido rico, siempre que fuera crédulo.
Le resultaba fácil admitir que lo que
había confundido con amor no había sido más que lujuria, y también que tenía
mucho que agradecerle a Yunho. Él le había demostrado lo que era Sofia en
realidad; de hecho, ella ya iba por su tercer marido. Con el tiempo, Yunho le
había confesado que había seducido a Sofia para alejarla de él, para
protegerlo, cumpliendo con su deber de hermano mayor.
Al no contar con el amor y protección de
su padre, el deber de proteger a sus hermanos menores había recaído en Yunho y
él se había tomado esa responsabilidad muy en serio. Hayami lo sabía. Pero, a
su juicio, la intervención de su hermano había resultado humillante, reforzando
el hecho de que él era un segunda opción, y lo había dejado con la cínica
creencia de que todas los jóvenes se ofrecían al hombre de más éxito que
encontraban, independientemente de cualquier compromiso previo, y que, por
tanto, no eran de fiar. Sobre todo cerca de su carismático hermano mayor.
Hayami admitía que esa creencia había
sido otro punto de inflexión en su vida. Además de asegurarse de que sus
amantes no conocieran nunca a su hermano mayor, también había comprendido que, si
no quería pasar el resto de su vida luchando para demostrar que era digno de
algo más que de esa etiqueta de hombre de segunda fila, tendría que liberarse
de los grilletes que lo condenaban a esa indeseada prisión.
Se había trasladado de Sicilia a Milán y
allí había iniciado una pequeña empresa de vuelos de carga, que trasportaba los
productos creados por los diseñadores de la ciudad a ferias internacionales. De
eso había pasado a los vuelos de pasajeros y al lujo de los aviones limitados a
primera clase; de modo que tenía cubiertos todos los aspectos del negocio de
las aerolíneas.
Incluso había aprendido a utilizar su
estatus de hijo segundo en beneficio propio. Utilizaba su pertenencia a un
familia aristocrática con tanto cinismo y deliberación como utilizaba la
poderosa sensualidad que había descubierto poseer durante los hedonistas y
autoindulgentes meses que siguieron a la traición de Sofia.
La personalidad que se había construido
como Jung Hayami no era más que una imagen que proyectaba en sus negocios, un
disfraz que podía quitarse a voluntad. Sólo él sabía que en un lugar profundo
de sí mismo seguía existiendo ese yo vulnerable que había sido concebido como «heredero
de repuesto», sin más valor.
Hayami apenas recordaba a su madre.
Había muerto poco después del nacimiento de Yoochun, cuando él sólo tenía dos
años. Todos los que la habían conocido decían que había sido una santa.
Demasiado santa para su esposo, que la había rechazado y humillado
públicamente, dedicándose a su amante.
Hayami no sabía si esa mala sangre de su
padre circulaba también por sus venas. Sólo agradecía que, a diferencia de su
hermano mayor, nunca tendría que averiguarlo: no tenía la obligación de
perpetuar el apellido Jung engendrando a un futuro heredero.
Sacó una botella de agua del bien
surtido mini-bar de la suite y se sirvió un vaso. Notaba la rígida y gruesa
invitación clavándosele en la carne, de la misma manera que el rígido empeño de
Yunho en que sus hermanos hicieran honor a la sangre Jung le punzaba la conciencia.
Yoochun y él le debían mucho a Yunho.
Les había enseñado, guiado y protegido. Eran tareas pesadas para ser asumidas
por un joven; tal vez por eso no era extraño que les hubiera impuesto su propio
sentido del deber, y siguiera haciéndolo.
Hayami no tuvo que sacar la invitación
del bolsillo para recordarla. Yunho era parco en palabras.
«Jung Hayami y acompañante», había escrito.
Hayami pensó, orgulloso y airado, que
casi parecía un reto. Tendría que ir, por supuesto.
Nunca se sentía cómodo cuando tenía que
regresar al castillo en el que había crecido. Le hacía recordar demasiadas
cosas infelices. Si tenía que ir a Sicilia, prefería quedarse en la casa
familiar de la ciudad. Para él su hogar era el sitio en el que se encontrara,
aunque tenía un piso en Milán, otro en Florencia y una casa en un entorno
exclusivo y aislado, cerca de Positano.
Miró su reloj de diseño. Muy pronto, un
helicóptero lo trasladaría a su jet privado y luego volaría a Florencia, donde
se alojaría en su apartamento en el exclusivo palacio renovado que había
pertenecido a la familia de su madre.
>>>♥<<<
— Oye,
Changmin, de verdad que no me parece buena idea. — Changmin lanzó a su hermano menor una
mirada asesina.
— Pues
a mí sí, y me lo prometiste.
— Fue
cuando llevaba bebida media botella del mejor tinto de papá, y me engañaste — Chansung se levantó, con el pelo
revuelto. Aunque midiera un metro noventa, Changmin pensó, triunfal, que tenía
la expresión frustrada del hermano menor que acababa de ser vencido por su
inteligente hermano.
— Accediste
a que la siguiente vez que trajeras a tu jefe a Seúl en el jet privado, yo
haría el vuelo de regreso.
— ¿Para
qué? Odia a los jóvenes piloto.
— Lo
sé. Ha rechazado sistemáticamente mis solicitudes de empleo.
— No
pensarás hacer ninguna tontería, ¿verdad? — Chansung se puso serio— ¿Cómo
entrar en su despacho, decirle que pilotaste el avión y pedirle un empleo?
Tendrías tantas posibilidades de conseguirlo como de meterte en su cama.
Changmin lo sabía todo sobre las
impresionantes bellezas con las que salía el millonario siciliano para quien
trabajaba su hermano, y no iba a permitir que Chansung notara cuánto le dolía su
comentario. Acababa de decir que no era lo bastante impresionante como para
interesar a un hombre como Jung Hayami. Desde luego, él no quería ser uno de
sus amantes, pero sí un de sus pilotos.
—
No, claro que no voy a pedirle un empleo.
Changmin cruzó los dedos detrás de la
espalda. No era justo. Era tan buen piloto como su hermano menor, si no mejor,
y sabía que si se lo demostraba a Jung Hayami, él le ofrecería un trabajo. Su
exclusivo servicio de primera clase transportaba a pasajeros a todo el mundo y él
quería pertenecer a ese grupo de élite aún más de lo que, en otros tiempos,
había deseado ser piloto privado de alguien como Hayami.
— No
puedes creer que conseguirás salir bien librado de esto — protestó Chansung.
— No
lo creo. Estoy seguro de ello — declaró Changmin con firmeza— Desde
que me dejaste pilotar el nuevo jet, cuando fuiste a recogerlo, he estado
recibiendo clases en uno muy similar, seguramente tengo más horas de vuelo que
tú.
No quería ni pensar en cuánto le habían
costado esas horas de vuelo en un avión tan caro, ni en cuántas lecciones de
mandarín había tenido que dar para ganar ese
dinero.
— De
acuerdo, sabes pilotar el avión. Pero no tienes uniforme.
— ¡Ta-chán! — Changmin se abrió el abrigo y le
mostró el uniforme. Luego sacó la gorra de la bolsa de supermercado donde la
llevaba.
— Sabes
que si te descubren seré yo quien pierda el trabajo — protestó Chansung, pálido.
— Sólo
descubren a los tontainas — Changmin se quitó el abrigo, se alzó el cabello y
lo metió bajo la gorra— Capitán Shim Chansung a tu servicio.
— ¿No
te basta con haberme robado el uniforme? — Gruñó Chansung— ¿También
quieres robarme el nombre?
— No.
También es mi nombre. Es la primera vez que me alegro de que a nuestros padres
les diera por ponernos nombres tan parecidos.
— ¿Y
qué pasa con el copiloto?
— ¿Qué
va a pasar? Es Paul Watson, ¿no? El que rompe la norma de Jung Hayami que
prohíbe a los pilotos salir con las azafatas. Estoy seguro de que podré
convencerlo de que no sería buena idea chivarse.
— Sabía
que no tenía que haberte contado lo de Paul. Me va a matar.
— Venga — exigió Changmin, ignorándolo— Necesito
que me lleves al aeropuerto y me ayudes a pasar por seguridad.
— No
sé por qué estás haciendo esto — gruñó Chansung de nuevo. Luego se corrigió— No
es cierto, claro. Sí sé por qué. Lo haces porque eres el joven más cabezota y
determinado del mundo.
— Correcto — admitió Changmin alegremente. Pero,
por dentro, pensó: «Lo
hago porque odio no conseguir lo que quiero, y quiero ese empleo con Aerolíneas
Avanti más que nada en el mundo» .Era
cierto, y cuando se dejaba absorber por su actitud de «Puedo hacerlo todo» ante un audiencia, era fácil simular
que el otro Changmin, el que anhelaba amor y compromiso en sus sueños,
no existía. Al menos, mientras
duraba su «representación».
Por supuesto, quería el empleo con el
que siempre había soñado, quería la oportunidad de retar a Jung Hayami, exigir
que le explicara por qué su sexo pesaba tanto en contra de él a pesar de sus
excelentes cualificaciones. Al fin y al cabo, iba contra ley discriminar a un
solicitante de empleo por razones de sexo. Pero no tenía sentido contarle sus
planes a Chansung. Sólo conseguiría preocuparle. Era mejor dejarle creer que
pretendía demostrarle algo a él, no que planeaba convencer a Jung Hayami de que
era buena piloto y muy digna de obtener el trabajo que tanto deseaba.
Niñ@s un comentario no les cuesta nada….
Gracias…
Ahhh la verdad me he divertido mucho adaptando esta historia. Aquí si que van a odiar al viejo príncipe por como ha tratado a sus 3 hijos mayores y por como aún sigue tratando de hacerlos menos.
ResponderEliminarYunho. Yunho nos dará sorpresas....
Me gusto mucho.... adoro está pareja... espero la continuación, gracias por tu trabajo.
ResponderEliminarEsta interesante...seguire leyendo :)
ResponderEliminarOhh Alondra, espero que te agrade la historia y comentes.
EliminarU.U la verdad pienso que no ha gustado mucho, muchos la leen pero nadie comenta.
Gracias por el comentario ^_^
Pobre Hayami en serio que ese viejo no se merece a ninguno de sus hijos, pero bueno haber que pasa.
ResponderEliminarMin, que decidido, espero que lo logre.
Gracias.
Si, el viejo principe es de lo peor. El es el inicio de todo lo malo de los chicos. a Hayamin le ha tocado muy duro
EliminarQue viva para mas complicada y dura les toco vivir a ambos pero me gustaria saber como será ese encuentra que pasara ><
ResponderEliminarInsencible y odioso anciano de porra(>.<) pobre Hayami ese hombre le ha dicho cosas que son capases de destruit a un hijo. Ese hombre parece no retractarse jamás de las cosas hirientes que hace y dice. Justo ahora que leo lo cruel que es con Hayami y el poco miramiento que puede tener con la emocionalidad de sus hijos es que pienso en que quisas en la infancia de Mi Chunnie llegó culparlo de la muerte de su madre. Dios si leó mas adelante algo como eso se me va a salír una majadería grande. Estoy anciosa por saber que es lo que hara Yunho. Tan leal y protector él por eso es el lider♡♡♡. Vaya, creo que el Hayamin nos van a dar muchos vuelcos de lucha de podered antes de sacarnos los suspiros jajaj
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